viernes, 25 de octubre de 2013

Su árbol

[29.10.11]
-No se ha movido de ese árbol desde que ella se fue. Haz algo, estoy preocupada.
-Pero, ¿qué puedo hacer yo? -dije esperando una respuesta que nunca llegó- Vale, lo intento, pero no te prometo nada.
Las tormentas hacen que los árboles tengan
raíces más profundas y fuertes
Dirigí mi mirada hacia aquel niño perdido. A ese inmenso árbol. A toda esa aura de tristeza que los rodeaba. Me recordaba a alguien.
-Hola -dije con una de las mejores sonrisas que pude darle.
Ni me miró. Es más, ni se inmutó. Sus ojos estaban vacíos, perdidos en el abismo de la desolación.
-¡Qué bonito y grande es este árbol! -dije intentando ganarme su atención.
Nada. No pasó nada. Ni se movió, ni me miró, ni se inmutó. Absolutamente nada.
Me agaché, y me puse a la altura de sus ojos. Eran tan profundos sus ojos, que me dio miedo. Un abismo que no comprendía.
Intenté tocarle, pero, se giró hacia al árbol, lo abrazó y dijo:
-Déjame en paz.
En ese momento lo comprendí. Comprendí por qué no se movía de aquel árbol. El árbol era lo único que le daba seguridad, y se aferraba a él como podía. Sus ojos delataban su interior, aún así, era difícil comprender por qué el árbol.
Me levanté en silencio, triste por las palabras de aquel niño indefenso. Le acaricié el pelo y me fui. No era a mí a quien esperaba.
Luna Plateada

jueves, 10 de octubre de 2013

Buenos días, Mundo

Contemplarle mientras no le miraba se había convertido en una de sus costumbres favoritas, en un hábito adictivo. 
Él estaba fregando los platos. Era lo que le tocaba; ella había cocinado y él tenía que fregar a cambio. Ella, mientras, lo observaba apoyada en el marco de la puerta. Le encantaba todo de él, y en esos momentos en los que podía contemplarle sin que se diera cuenta, se sentía la chica más afortunada del mundo. Todo lo que quería estaba en aquella cocina, en apenas seis metros cuadrados.
El chico estaba totalmente absorto en sus pensamientos, y ella se preguntaba en qué estaría pensando. ‘¿En qué se piensa mientras se friegan los platos?’ Se preguntaba a sí misma, en un intento por razonar esos posibles pensamientos, pero no pudo concentrarse, se despistaba contemplándolo a él. Era todo lo que podía pedir. Miento, todo y más. 
El agua corría sobre aquellos platos usados de felicidad, por aquellas manos fuertes y grandes de aquel chico que los cogía con confianza. ‘¿Es posible saber cómo es una persona por cómo friega los platos? ¿Si lo hace con desgana, con ánimo, con firmeza, con delicadeza…?’ Otra pregunta más que añadía a alguna lista mental para responderla más adelante. Ahora no podía concentrarse en eso.
Intentó recordar en qué momento había ocurrido todo, qué cambió en el mundo para que él estuviera ahí, haciéndola feliz y no en cualquiera otra parte del mundo, ajeno a esta realidad. ‘¿Casualidad? ¿Azar? ¿Destino?’ Eran otras preguntas más que añadió a aquella lista mental.
Ya estaba cansada de esperar, se dirigió hacia a él, y lo abrazó por detrás. Él no se extrañó nada, como si supiera que llevaba ahí todo el tiempo y estuviera esperándola. Y puede que así fuera, y la dejaba que le contemplara, porque sabía que le gustaba, como también le gustaba a él. Se secó las manos con un trapo, y se dio la vuelta. La rodeó con sus brazos, y le dio un beso en la frente. Entre ellos, no hacían falta palabras, todo estaba dicho. Por eso la mantuvo arropada con sus brazos hasta que ella se separó y le miró a los ojos:
-Me encanta cómo me miras – le dijo ella.
-¿Y cómo te miro? – preguntó él.
Ella se quedó callada, pensativa. No era capaz de expresar cómo era esa mirada. A él le encantaba hacerle ese tipo de preguntas. Quería saber qué es lo que se le pasaba por la cabeza a ella. 
A falta de palabras para expresar esa mirada, lo besó. Con uno de esos besos que no te permiten pensar, que concentran tanto que son imposibles de definir, limitar. Aquel beso respondía a la pregunta. 
-Me encanta cómo me besas – dijo él.
-¿Y cómo te beso? – preguntó ella.
Y así; así se construye una vida, un amor, un sueño. Con más preguntas que respuestas. Con más hechos que palabras. Con más amor que miedo. Con más nosotros que vida.
Mentalmente secuestrada.

Luna Plateada