Una jaula invisible los envolvía, impidiendo que pudieran irse, pero tampoco acercarse. Algo había cambiado. Todo, para ser exactos. Eran las mismas personas, el mismo lugar, pero seguía sin ser igual. Ellos habían cambiado.
La gente caminaba por la calle, ajenos aquella guerra que se estaba librando en cada uno de ellos. Una guerra contra ellos mismos, una batalla que se había librado y ya habían perdido. El gran reto de olvidarse.
Quizás no se trataba de olvidarse, o de evitar el tema. Quizás se trataba de afrontarlo, como lo estaban haciendo en ese momento, solo que la única arma que tenían era el silencio. El poderoso y mudo silencio.
Las nubes amenazaban con interrumpir aquel momento, aquella Gran Guerra. El tiempo transcurría, y ellos seguían perdidos en aquel cruce de miradas. Como si todo lo demás no existiera, y ellos fueran los únicos en medio de aquella inmensa burbuja.
La lluvia hizo acto de presencia, y ambos se mojaron completamente. El chico comenzó la guerra. Se acercó y le acarició la cara. Entonces ella lo comprendió, aquel era el único y último movimiento que se iba a librar en aquella batalla. Notó su mano cálida, y lloró al recordar tantos momentos que habían vivido. Lloró al recordar que todas las personas que habían pasado por su vida, se habían ido, sin excepción. Esta vez era ella quien se iba a ir, no podría soportar otra pérdida más.
Le agarró la mano y se la apartó de la cara. Él intentó decir algo, pero ella le tapó los labios con los dedos. Él lo entendió. No quería librar esa batalla, pero sabía que era necesaria.
La chica cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir estaba perdida en medio de alguna calle de aquella ciudad caótica. La Gran Guerra se había librado y el mundo parecía ajeno a tal acontecimiento. Sin embargo, en el cuerpo de ella quedaban las heridas de guerra: la huella de la mano grabada a fuego en su cara, el cansancio de una mirada que había luchado por sostener otra mirada, y los dedos doloridos por callar a la otra persona cuando lo que quería era escucharla.
Pero por fin había llegado a su fin la guerra. Y había ganado.
A veces está bien luchar contra ti mismo, porque tú eres tu mayor enemigo y tu mayor aliado. Nadie va a saber derrocarte como lo haces tú. Pero tampoco ayudarte. Así que, si vas a luchar, hazlo con todas tus fuerzas. Solo uno de los dos puede sobrevivir, tu peor enemigo o tu mejor aliado.
Tú.
Luna Plateada