Cogió las llaves de casa y salió
con lo puesto. Dos horas más tarde volvió con bolsas en la mano. Se dirigió a
la cocina y dejó dos de ellas, la otra la llevó a la habitación. Empezó a
preparar la cena, esa noche cenarían solomillo, la comida favorita de ambos.
Antes de hacer nada, puso música, se puso el delantal y se lavó las manos. No
era especialmente buena cocinando, pero le gustaba y lo hacía con cariño.
Cuando estaba preparando el solomillo se acordó de que a él le gustaba poco
hecho, le encantaba así. A diferencia de él, a ella le gustaba hecho. Se
complementaban. Empezó a silbar y
tararear la canción, estaba contenta. Preparó una salsa buenísima que le había
enseñado su madre, y cuando ya estaba todo listo, fue a darse una ducha rápida.
Él no tardaría en llegar. Una vez se hubo duchado, fue a la habitación, mojada
y desnuda, y cogió una camisa vieja de él, de esas que le quedaban
extremadamente larga. Se sentía muy cómoda así, la camisa que había escogido era
su favorita, olía a él.
Tocaron al timbre. Era él. Ella
se puso muy contenta y fue dando saltitos hasta la puerta. Antes de que él
pudiera decir nada, le besó. Un beso largo, de esos que te atontan y luego no
recuerdas lo que ibas a decir. Él la abrazó, levantándola del suelo, y ella se
rió. Entraron riéndose, y él se sorprendió mucho al ver las luces apagas y todo
lleno de velas. Además, le encantaba aquel olor, hacía de la casa un hogar
mucho más acogedor.
-¿Y esto? ¿Qué celebramos? - preguntó él.
-¿Acaso tiene que pasar algo para que te haga un sorpresa? - dijo
ella mientras se enfurruñaba de broma.
-¡Claro que no! ¡¡Me encantas!! - dijo él mientras la abrazaba y le
daba besos por toda la cara a la vez que le hacía cosquillas.
-Jajajaja ¡Para, para! ¡Estáte quieto! Jajajaja - dijo ella, y en
ese momento él la beso. Pasados unos segundos, ella le mordió el labio
suavemente.
-Estás muy guapa con esa camisa. Me encanta cómo te queda. Creo que es
mi favorita por cómo te queda a ti. - dijo él mientras la acercaba aún más
hacia él.
- Eres irresistible.
Ella se zafó de él, sin
contestarle, y justo antes de entrar en la cocina se giró y le guiñó un ojo. Aquella noche, el solomillo se lo
comieron, pero frío. Había otras prioridades. Otra piel y otra carne mucho más
sabrosa que el solomillo, la de ellos.
Luna Plateada
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