Encendí el coche, puse la primera, quité el freno
de mano y encendí las luces. Apreté ligeramente el acelerador, el coche me
respondía mientras quitaba el embrague con suavidad.
Segunda. La brisa que llegaba del
mar entraba por la ventana y me revivía.
Tercera. No había nadie por
aquellas carreteras del infierno, el tiempo parecía haberse detenido.
Cuarta. La velocidad era
adictiva, cada vez aceleraba más. Con la punta de los dedos empujaba el
acelerador lo suficiente como para que las revoluciones llegaran a 4000.
Quinta. Había adquirido la fea costumbre de
revolucionar demasiado el coche para cambiar, todo para poder escuchar cómo el
motor daba lo mejor de sí. Ya no quedaba mucho para llegar hasta aquella playa
perdida a la que me gustaba ir en mis ratos libres.
Cuarta. Tercera. Notaba como la inercia del
cuerpo me empujaba hacia el cristal.
Segunda. Ya había llegado a su destino.
Primera. Freno de mano.
Apagué las luces, puse la marcha
atrás y apagué el motor. Salí descalza del coche, no me apetecía esclavizar mis
pies. La luna llena iluminaba toda la playa. Las olas rompían con fuerza en la
orilla. Me senté en la arena.
Sentada allí, me daba cuenta de
la rapidez con la que pasaba la vida. No puedes detenerte, nadie va a esperar
por ti, y menos la vida. Es como si el acelerador estuviera pisado y el motor
de la vida no parara de revolucionarse, sin llegar a cambiar nunca de marcha.
Luna Plateada
Tienes razón en eso de que la vida no va a esperar por ti y pasa tan deprisa...
ResponderEliminarMe ha gustado leerte.
P.D.- A mí también me gusta conducir, jeje.
El último párrafo está genial!! Y el texto también...
ResponderEliminarQué linda es la sensación de velocidad, me encanta...
Saludos
Escribes limpio y transmites. La luna plateada embellecé el ambiente.
ResponderEliminarSALUDos
Muchas gracias a todos.
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