sábado, 10 de marzo de 2012

Sé sincera

Y vi aquel pedazo de terreno forrado con hierba fresca, impolutamente verde, y se me antojó tumbarme sobre ella. Mis huellas se quedaban marcadas en la tierra, el tiempo pasaba lentamente bajo mis pies. Poco a poco me tumbé en aquella hierba un tanto humedecida. Hacía un sol radiante, aunque había algunas nubes en aquel azul cielo que lo rodeaba todo como una cúpula. Apoyé mi cabeza sobre los brazos y comencé a contemplar el cielo.

-¿Te importa si te acompaño? - preguntó una chica desconocida. Asentí con un leve gesto, pero no emití ningún sonido.

El silencio se dispersaba entre nosotras. Ambas mirábamos al cielo en la misma posición. Me aventuraría a decir que a la misma nube con forma de espiral.

- ¿Ves esa nube de ahí? Tiene la forma de una espiral. Dicen que  es el símbolo del Dios del Sol. - Volvió a reinar el silencio. Y aquella desconocida añadió:
-Sea lo que sea lo que estés pensando,  me lo puedes contar. Soy una auténtica desconocida para ti, así que, ¿por qué no? No pierdes nada.

No entendía nada. ¿Quién era esa chica? ¿Qué quería? Muchas preguntas fugaces atravesaron mi cabeza, pero irracionalmente, respondí con total sinceridad y confidencia.

-Tengo la sensación de que lo estoy haciendo mal. Que me estoy dejando muchas cosas por el camino, muchos cabos sueltos.
-¿Cabos sueltos? ¿A qué te refieres? - inquirió aquella desconocida
-Sí. Cabos sueltos, cosas que te quedan por hacer. Como cuando tienes una herida que no se cierra.
-Entonces, ¿estás herida?
-No, era sólo un ejemplo - dije
-Mentira.

¿Mentira? ¿Quién era ella para decir si aquello era mentira o no? Me molestó aquel comentario, pero no le respondí. Miré hacia a aquella nube con forma de espiral con más detenimiento. Noté la hierba bajo mis brazos, el sol en mi piel y conseguí relajarme.

-¿Te ha molestado? -preguntó ella
-Sí
-Es normal, la verdad duele - dijo de nuevo la desconocida, con total tranquilidad.

En ese momento me dieron muchas ganas de levantarme y de irme, pero en el fondo sabía que ella tenía razón. Estaba herida.

- ¿Y por qué estás herida? O bueno... ¿por qué tienes la sensación de que lo estás haciendo mal? - preguntó de nuevo aquella completa desconocida
-Supongo que porque no hice lo correcto en su momento. O sí, pero no de la manera más correcta.
-¿A qué te refieres? No entiendo muy bien eso último.
-Bueno, pues que creo que algunas decisiones implican una serie de consecuencias que a la hora de tomarlas no tenemos en cuenta. A veces hacemos más daño del que esperábamos.
-Ya, pero eso es normal. Lo que no puedes hacer es arrepentirte de tus decisiones ahora que has visto las consecuencias.
- No me arrepiento - dije con toda mi sinceridad.
-Pues entonces, creo que deberías afrontar las consecuencias, y seguir adelante. Pero antes, deberías pedirle perdón a alguien.
-¿Qué? ¿De qué me hablas? - pregunté mientras me giraba. No había nadie allí. Estaba completamente sola en aquel pedazo de hierba en medio de la nada. Todo era muy extraño y confuso. ¿A quién se referiría con lo de “deberías pedirle perdón a alguien”?

Poco a poco me incorporé. Me sacudí el pelo lleno de ramitas secas, y los pantalones llenos de hierba. De pronto me fijé en que había algo escrito en donde estaba tumbada, en la hierba. Una sola palabra con un punto y final:

Perdón.


Luna Plateada