sábado, 29 de diciembre de 2012

El calor de sus labios

Él estaba tumbado en la cama, leyendo un libro de fantasía. Ella tocó en la puerta, que estaba medio entreabierta, y pasó con cuidado. Él la miró como si estuviera viendo un fantasma, como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que la vio. Poco a poco, se fue acercando hacia él, y se sentó en el borde de la cama, mientras lo miraba fijamente. Le encantaban sus ojos. Él seguía atónito, no se lo podía creer, no era posible que ella estuviera ahí, pero cuando intentó preguntarle algo, ella le puso el dedo índice sobre los labios, y se acercó a él. Le besó cálidamente y notó sus labios impacientes, que ansiaban más y más besos, pero alejó la cara lentamente de él y le miró a los ojos. Él no entendía lo que estaba pasando, pero sabía que le gustaba eso, por eso no hizo preguntas. 


Se tumbaron en la cama, y ella apoyó su cabeza en su pecho. Notaba cómo sus latidos acelerados iban descendiendo poco a poco. Él le acarició el pelo, y eso a ella le relajaba. Al cabo de algunos minutos, ella se incorporó un poco, lo suficiente para poder mirarle a los ojos. Esta vez, él la besó, y no dejó que ella se apartara. Se echaban de menos, y se necesitaban. Los besos se convirtieron en caricias, y las caricias en calor. Ese calor humano que todos ansiamos una noche fría de invierno, o de verano, cuando nos sentimos vacíos. Ese calor que te marca la piel de los labios y que no puedes olvidar, aunque quieras. 


Sin embargo, ese calor se desvaneció de pronto. Él se despertó con el libro en el pecho, y ella, en otra cama diferente, con el ruido de la lluvia. Aún así, los dos notaban el calor en los labios. Un calor que no se iría por mucho que los dos intentaran olvidarlo.

Luna Plateada

lunes, 26 de noviembre de 2012

Colección de lágrimas

La lluvia repiqueteaba en la repisa de la ventana como si de un taladro se tratara, mientras la chica estaba sentada en el sillón. Intentaba desesperadamente ordenar sus pensamientos, una maraña de ideas y sentimientos sin coherencia. Miedo, felicidad, amor, odio, irse, quedarse. Todo se le pasaba por la cabeza mientras la lluvia ponía la música de fondo. Se levantó lentamente del sillón. Estaba en ropa interior y llevaba una manta por encima, pero aún así tenía frío, por eso se dirigió a la habitación. Cogió un sudadera que le había regalado un viejo amigo y unos pantalones de pijama. Luego volvió  al salón y miró a través de la ventana. Acariciaba el cristal frío, intentando seguir las gotas que caían. Parecían lágrimas. Lágrimas de cristal, tan resistentes y a la vez tan frágiles. Un cosquilleo le recorrió el cuerpo, y una sensación de miedo le invadió. Y en ese instante, alguien tocó a la puerta.
"¿Quién será?", se preguntó. No esperaba visita. Alguien, como si le hubiera leído la mente, gritó... "Abre, ¡soy yo!"; (siempre le había parecido estúpida esa respuesta, "yo" somos todos). La chica reconoció la voz, y abrió sin mirar por la mirilla.
-¡Por fin! Venga, vamos, tenemos muchas cosas que hacer.
-Ahora no tengo tiempo, ni ganas-dijo la chica
-Nunca tienes tiempo ni ganas.
"Cierto", pensó la chica.
-Bueeeeeno...
Y así empezaba otra conversación consigo misma. Se contaban todo, y se ayudaban. Toda ese entresijo de pensamientos se iba ordenando poco a poco.
[...]
-Entonces, ¿por qué tienes miedo? Si es lo que quieres, no tengas miedo. Deja de poner excusas.
-No es tan fácil.
-Es más fácil de lo que piensas. ¿Sabes qué? Creo que tienes miedo a ser feliz, y así no puedes seguir adelante nunca.
[...]
La lluvia paró de repente, y la chica se despertó. Estaba aturdida y le dolía la cabeza. Tanteó a oscuras hasta que encontró la lámpara y la encendió. El libro que estaba leyendo había caído al suelo y estaba abierto por la página que estaba leyendo. Le gustaba subrayar las frases que más le gustaban de los libros que leía y justo antes de dormirse había subrayado una: El miedo es la excusa para no intentarlo.

Luna Plateada


jueves, 4 de octubre de 2012

El Guardián de los Dragones

Alguien llamó al telefonillo. Eran las nueve de la noche. Dos toques, los dos toques que siempre daba el chico que le gustaba tanto. Sabía que era él, era inconfundible la manera de llamar. Se levantó del sillón y se dirigió al telefonillo y abrió sin más. Luego fue a mirarse al espejo y se adecentó un poco intentando hacerse un moño. Tocaron a la puerta y fue a abrirle, aunque antes miró por la mirilla por si las moscas. Sí, era él.

Abrió lentamente y mientras se iba escondiendo detrás de la puerta. Él no dijo nada, e intentó mirarle a los ojos mientras ella seguía escondiéndose detrás de la puerta. Pero no aguantó mucho ahí detrás y salió disparada a darle un beso y abrazarle. Luego se fijó en que llevaba algo en la mano.

-¿Y eso? -preguntó con curiosidad mientras cerraba la puerta.
- Como sé que estás enferma pues te he traído unas cosas para ver si te mejoras. - Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Mmmm... te he traído fruta, medicamentos y algo de sopa.
-No sabía que los médicos hicieran visitas a domicilio
-Cuando se trata de pacientes especiales como tú hago lo que sea - dijo mientras sonreía a la vez que se acercaba a la chica.
-Eh eh, pero, ¡eres un profesional! No te pases de confianzas- dijo ella mientras se reía
-¿No me vas a dar ni un beso? - dijo él mientras ponía una cara triste
-Claro que no, lo que falt...-antes de que ella pudiera acabar la frase, la besó.
-Cuando te pones enferma no hay quien te aguante, hablas por los codos - dijo él entre beso y beso. Ella le respondió mordiéndole el labio inferior. Un fea manía que tenía desde hacía mucho tiempo.

Poco después, le hizo un zumo de naranja, le dio la medicina, la obligó a ponerse el pijama y después la acompañó hasta la cama.


-¡No tengo sueño!-protestó ella, pero él no le hizo caso. Ella se resignó y se dejó arropar. -Vale, pero me lees un cuento.
Él ya sabía que a ella le encantaban que le leyeran un cuento, estaba acostumbrada a sus rasgos de niña pequeña y por eso no preguntó. Simplemente se levantó y fue a coger un cuento.
-Aquí solo hay un cuento.
-Ya lo sé, ese quiero que me leas. Era mi favorito.
-Pero, ¿otra vez?
-¡¡Síiiiiii!! Por fi...
-Vale vale, te leo el que quieras- le ponía feliz verla a ella así.

Empezó a leerle aquel cuento de fantasía sobre dragones. Él no tuvo que leer mucho, porque a las dos páginas la chica ya se había dormido. La contempló en silencio, notaba que le costaba respirar y le acarició la frente. Tenía un poco de fiebre. “Buenas noches pequeña” Le susurró y luego le dio un beso en la mejilla. Apagó la luz y cerró la puerta.

“Buenas noches pequeño” - dijo ella en bajito.
Luna Plateada


sábado, 29 de septiembre de 2012

Vacío

Caminaba lentamente por aquel muelle solitario, habían declarado el estado de alerta en toda la comunidad por una tormenta que se les acercaba. Las nubes se cernían sobre él,  pero eso no le impedía caminar, se dijo a sí mismo. Hacía tiempo que venía a aquel muelle para ver el atardecer, era el único puerto de su vida que sabía que no se hundiría.

Subió a la parte alta del muelle y contempló aquel océano que a simple vista se tornaba infinito. Se sentía tan pequeño, insignificante, entre tantas gotas y tantas nubes.

De pronto, le vino a la mente aquella chica de su pasado que tanto intentaba evitar. No entendía cómo seguía pensando en aquella chica fugaz con la que ni siquiera llegó a tener algo. Le gustaba su personalidad, su sonrisa, sus ganas de vivir, pero tampoco es que la conociera del todo. No sabía mucho de ella, pero lo poco que sabía, le gustaba.

Pero ya era demasiado tarde para pensar en eso. Ella estaba muy lejos, y feliz con su novio, así que por qué iba él a perder el tiempo pensando en alguien que sabía que ni pensaba en él ni lo haría. O eso creía.

A veces se preguntaba si todo había sido una ilusión, si de verdad ella sentía algo por él. Y muchas veces dudaba de si había pasado algo entre ellos. Pero entonces se frotaba el collar en forma de sol que ella le había regalado y se daba cuenta de que sí, sí pasó. Sí sentía algo por él y ella seguramente estaría pensando en él, por muchos kilómetros (o pocos), por muchas fiestas, por muchos novios y por muchas otras cosas más que haya.

“Joder, con lo difícil que es encontrar a alguien con quien sentirte cómodo...” Pensaba continuamente. Y en esos momentos se sentía vacío, solo entre tanta multitud, entre tantas gotas y tantas nubes. De pronto, empezó a llover. Se estaba empapando, era hora de marchar. Pero antes de irse, miró hacia aquel infinito océano e intentó recordar aquel cálido beso con aquella lejana chica.

-¿Olvida usted algo?
-Ojalá.
Luna Plateada


martes, 25 de septiembre de 2012

4000 rpm

Aquella noche hacía demasiado calor como para quedarse en casa. Me apresuré en terminar de recoger la ropa para vestirme e ir un rato a la playa. Al cabo de 10 minutos ya estaba lista y con las llaves del coche en la mano. El coche estaba a 35 grados y parecía imposible conducir en aquellas condiciones, pero a mí no me importaba en absoluto; me encantaba conducir. Entré al coche, me descalcé y palpé con los dedos el embrague y el freno. 

Encendí el coche, puse la primera, quité el freno de mano y encendí las luces. Apreté ligeramente el acelerador, el coche me respondía mientras quitaba el embrague con suavidad.
Segunda. La brisa que llegaba del mar entraba por la ventana y me revivía.
Tercera. No había nadie por aquellas carreteras del infierno, el tiempo parecía haberse detenido.
Cuarta. La velocidad era adictiva, cada vez aceleraba más. Con la punta de los dedos empujaba el acelerador lo suficiente como para que las revoluciones llegaran a 4000.
Quinta. Había adquirido la fea costumbre de revolucionar demasiado el coche para cambiar, todo para poder escuchar cómo el motor daba lo mejor de sí. Ya no quedaba mucho para llegar hasta aquella playa perdida a la que me gustaba ir en mis ratos libres.
Cuarta. Tercera. Notaba como la inercia del cuerpo me empujaba hacia el cristal.
 Segunda. Ya había llegado a su destino. Primera. Freno de mano.

Apagué las luces, puse la marcha atrás y apagué el motor. Salí descalza del coche, no me apetecía esclavizar mis pies. La luna llena iluminaba toda la playa. Las olas rompían con fuerza en la orilla.  Me senté en la arena.

Sentada allí, me daba cuenta de la rapidez con la que pasaba la vida. No puedes detenerte, nadie va a esperar por ti, y menos la vida. Es como si el acelerador estuviera pisado y el motor de la vida no parara de revolucionarse, sin llegar a cambiar nunca de marcha.

Luna Plateada


sábado, 5 de mayo de 2012

Solomillo a la Antártida

Estaba sentada en una de las sillas de la cocina, bebiéndose un vaso de zumo, poco a poco. Cogió el móvil y miró la hora: las cuatro y media pasadas. Estará a punto de irse, pensó ella. Hacía un buen día, pero él tenía que trabajar, y ella tenía muchos exámenes como para poder hacer algo juntos. Sin embargo, aquel día era especial, hacía seis meses que estaban viviendo en el mismo sitio, no es la misma casa, pero sí mucho más cerca. Gracias a eso, podían verse más.

Cogió las llaves de casa y salió con lo puesto. Dos horas más tarde volvió con bolsas en la mano. Se dirigió a la cocina y dejó dos de ellas, la otra la llevó a la habitación. Empezó a preparar la cena, esa noche cenarían solomillo, la comida favorita de ambos. Antes de hacer nada, puso música, se puso el delantal y se lavó las manos. No era especialmente buena cocinando, pero le gustaba y lo hacía con cariño. Cuando estaba preparando el solomillo se acordó de que a él le gustaba poco hecho, le encantaba así. A diferencia de él, a ella le gustaba hecho. Se complementaban.  Empezó a silbar y tararear la canción, estaba contenta. Preparó una salsa buenísima que le había enseñado su madre, y cuando ya estaba todo listo, fue a darse una ducha rápida. Él no tardaría en llegar. Una vez se hubo duchado, fue a la habitación, mojada y desnuda, y cogió una camisa vieja de él, de esas que le quedaban extremadamente larga. Se sentía muy cómoda así, la camisa que había escogido era su favorita, olía a él.


Cogió lo que había en la bolsa que había dejado en la habitación y lo guardó en el armario, justo al lado de los álbumes de fotos. Luego se dirigió al salón, puso la mesa y recogió más o menos la casa. Quedaban diez minutos para que llegara. Fue al armario de la cocina y cogió unas cuantas velas y un poco de incienso con olor a frutas del bosque; la esencia. Recogió más o menos la cocina, y se sentó en su mecedora de siempre a leer para hacer tiempo. Una novela antigua ambienta en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Le apasionaba leer sobre eso.

Tocaron al timbre. Era él. Ella se puso muy contenta y fue dando saltitos hasta la puerta. Antes de que él pudiera decir nada, le besó. Un beso largo, de esos que te atontan y luego no recuerdas lo que ibas a decir. Él la abrazó, levantándola del suelo, y ella se rió. Entraron riéndose, y él se sorprendió mucho al ver las luces apagas y todo lleno de velas. Además, le encantaba aquel olor, hacía de la casa un hogar mucho más acogedor.

-¿Y esto? ¿Qué celebramos? - preguntó él.
-¿Acaso tiene que pasar algo para que te haga un sorpresa? - dijo ella mientras se enfurruñaba de broma.
-¡Claro que no! ¡¡Me encantas!! - dijo él mientras la abrazaba y le daba besos por toda la cara a la vez que le hacía cosquillas.
-Jajajaja ¡Para, para! ¡Estáte quieto! Jajajaja - dijo ella, y en ese momento él la beso. Pasados unos segundos, ella le mordió el labio suavemente.
-Estás muy guapa con esa camisa. Me encanta cómo te queda. Creo que es mi favorita por cómo te queda a ti. - dijo él mientras la acercaba aún más hacia él.  - Eres irresistible.

Ella se zafó de él, sin contestarle, y justo antes de entrar en la cocina se giró y le guiñó un ojo. Aquella noche, el solomillo se lo comieron, pero frío. Había otras prioridades. Otra piel y otra carne mucho más sabrosa que el solomillo, la de ellos.

Luna Plateada


viernes, 13 de abril de 2012

Cosas que pasan

Cuando eres feliz, escribes menos sobre lo que te pasa. Mucho menos. Pero es un precio que estoy dispuesta a pagar, generosamente.



Luna Plateada

sábado, 10 de marzo de 2012

Sé sincera

Y vi aquel pedazo de terreno forrado con hierba fresca, impolutamente verde, y se me antojó tumbarme sobre ella. Mis huellas se quedaban marcadas en la tierra, el tiempo pasaba lentamente bajo mis pies. Poco a poco me tumbé en aquella hierba un tanto humedecida. Hacía un sol radiante, aunque había algunas nubes en aquel azul cielo que lo rodeaba todo como una cúpula. Apoyé mi cabeza sobre los brazos y comencé a contemplar el cielo.

-¿Te importa si te acompaño? - preguntó una chica desconocida. Asentí con un leve gesto, pero no emití ningún sonido.

El silencio se dispersaba entre nosotras. Ambas mirábamos al cielo en la misma posición. Me aventuraría a decir que a la misma nube con forma de espiral.

- ¿Ves esa nube de ahí? Tiene la forma de una espiral. Dicen que  es el símbolo del Dios del Sol. - Volvió a reinar el silencio. Y aquella desconocida añadió:
-Sea lo que sea lo que estés pensando,  me lo puedes contar. Soy una auténtica desconocida para ti, así que, ¿por qué no? No pierdes nada.

No entendía nada. ¿Quién era esa chica? ¿Qué quería? Muchas preguntas fugaces atravesaron mi cabeza, pero irracionalmente, respondí con total sinceridad y confidencia.

-Tengo la sensación de que lo estoy haciendo mal. Que me estoy dejando muchas cosas por el camino, muchos cabos sueltos.
-¿Cabos sueltos? ¿A qué te refieres? - inquirió aquella desconocida
-Sí. Cabos sueltos, cosas que te quedan por hacer. Como cuando tienes una herida que no se cierra.
-Entonces, ¿estás herida?
-No, era sólo un ejemplo - dije
-Mentira.

¿Mentira? ¿Quién era ella para decir si aquello era mentira o no? Me molestó aquel comentario, pero no le respondí. Miré hacia a aquella nube con forma de espiral con más detenimiento. Noté la hierba bajo mis brazos, el sol en mi piel y conseguí relajarme.

-¿Te ha molestado? -preguntó ella
-Sí
-Es normal, la verdad duele - dijo de nuevo la desconocida, con total tranquilidad.

En ese momento me dieron muchas ganas de levantarme y de irme, pero en el fondo sabía que ella tenía razón. Estaba herida.

- ¿Y por qué estás herida? O bueno... ¿por qué tienes la sensación de que lo estás haciendo mal? - preguntó de nuevo aquella completa desconocida
-Supongo que porque no hice lo correcto en su momento. O sí, pero no de la manera más correcta.
-¿A qué te refieres? No entiendo muy bien eso último.
-Bueno, pues que creo que algunas decisiones implican una serie de consecuencias que a la hora de tomarlas no tenemos en cuenta. A veces hacemos más daño del que esperábamos.
-Ya, pero eso es normal. Lo que no puedes hacer es arrepentirte de tus decisiones ahora que has visto las consecuencias.
- No me arrepiento - dije con toda mi sinceridad.
-Pues entonces, creo que deberías afrontar las consecuencias, y seguir adelante. Pero antes, deberías pedirle perdón a alguien.
-¿Qué? ¿De qué me hablas? - pregunté mientras me giraba. No había nadie allí. Estaba completamente sola en aquel pedazo de hierba en medio de la nada. Todo era muy extraño y confuso. ¿A quién se referiría con lo de “deberías pedirle perdón a alguien”?

Poco a poco me incorporé. Me sacudí el pelo lleno de ramitas secas, y los pantalones llenos de hierba. De pronto me fijé en que había algo escrito en donde estaba tumbada, en la hierba. Una sola palabra con un punto y final:

Perdón.


Luna Plateada



domingo, 12 de febrero de 2012

Relámpago perpetuo

  Con mucho cuidado se levanta de la cama. Pasa sus piernas por encima de él, sin tocarle, sin despertarle. Sus desnudos pies tocan el gélido suelo y apoyándose en la mesilla de noche consigue salir de la cama sin perturbar el silencio que allí reinaba.

  Desde donde estaba podía oír cómo la lluvia repiqueteaba en la repisa de la ventana. La chica se sentó en un pequeño sillón que tenían para leer en las noches de insomnio. Se acurrucó con la manta y observó a aquel chico que yacía en su cama. 

  Tenía todo el pelo alborotado, sus ojos estaban completamente cerrados y su cuerpo desnudo apenas estaba tapado por una fina manta. Su brazo caía sobre el frío suelo, como si quisiera tocarlo para volver a la realidad en caso de tener alguna pesadilla. 

  La chica se levantó de aquella silla, recogió el brazo congelado del chico y lo puso bajo la manta. Luego le acarició la cara y le besó suavemente la mejilla derecha, la del cariño.

  La luz de un relámpago iluminó aquella habitación. En ese preciso instante, la chica se levantó, pero antes de que pudiera irse, el chico la agarró de la mano. “Quédate conmigo”, le dijo con la mayor delicadeza. Él se hizo a un lado para dejarle espacio y ella dejó caer la manta que tapaba su cuerpo y se acurrucó entre sus brazos. Pasó la sábana por encima de ella y la abrazó todo lo que pudo. El calor de ambos les protegía de aquel frío cortante. “Si pudiera, te abrazaría aún más, hasta traspasarte. Hasta que los dos fuéramos uno”, dijo él, mientras ella notaba su aliento en la nuca.

  No quería irse. Quería quedarse allí siempre, hasta que pasara la tormenta, hasta que por fin saliera el sol que anunciaba la eterna primavera.

Luna Plateada


sábado, 4 de febrero de 2012

Una obra de arte

-¿Pero te quieres estar quieto de una vez? -dijo ella molesta
-Jooo, es que estoy incómodo - le dijo con cara de pena
-Pues te aguantas. Ya no me queda mucho - contestó
(Cinco minutos después)
-Ya, ya te puedes mover - le dijo ella
-¡Uff! ¡Menos mal! Se me estaba durmiendo la pierna. A ver, déjame ver ese retrato, artista- dijo mientras se acercaba a ella sonriendo
De pronto, la chica se levantó de la silla corriendo y dejó caer su bloc al suelo. Entre risas, desapareció por la puerta, él miró al bloc y comprendió por qué se había ido así.
-¿Así que esas tenemos? - gritó él desde la habitación, y empezó a caminar hacia el salón. Allí estaba ella, escondida bajo una gran manta.
-Escondiéndote bajo esa manta no podrás evitar que te mate a besos por hacerme perder el tiempo.
-¿Quién ha dicho que no quiera morir así? - dijo ella asomando la cabeza. Él sostenía en la mano el bloc.
-¿Se puede saber por qué no me lo dices en vez de escribirlo?
-Porque me encanta hacerte rabiar. Además, cuando te enfadas estás muy mono - dijo ella mientras se volvía a esconder bajo la manta
-¡Aghh! ¡Eres adorable! - dijo él mientras abrazaba a esa chica envuelta en una gran manta
-¡Bezitozzzzzzz, quiero bezzzzzitozzzz a cambio de mi gran obra artística!
-Todos los que quieras y más. Pero, antes, hazme un hueco a tu lado - dijo apartándose para que pudiera moverse.
Ella extendió los brazos y dejó que él se acurrucara a su lado, luego se taparon con la manta. Así se quedaron en silencio hasta que, al unísono, rompieron el silencio:
-Me encantas.

Luna Plateada


domingo, 29 de enero de 2012

Siempre me quedará...

Y miro a mi alrededor y no veo nada. Pura oscuridad. Hay un trozo de luz en esta oscuridad, pero no lo ilumina todo. Siempre me quedará la voz suave del mar, mientras la lluvia me moja, me empapa, me cala. 

¿Qué hay más allá de ese horizonte? ¿Más allá de esas nubes? ¿De esas estrellas?

Las nubes empañan el cielo, te estás congelando. Sientes frío, y poco a poco te empiezas solidificar, convirtiéndote en una estatua al lado del mar. La marea sube, pero tú sigues firme en la orilla. Todo lo firme que se puede estar encima de las arenas movedizas de la vida.

Tu peso, tu culpa, te arrastra y te hunde, mientras la marea sube y te ahoga. Sin poder hacer nada, ves cómo las nubes dejan pasar un rayo de sol. El último rayo de sol que verás antes de sumergirte en las profundidades del océano. Para siempre.

Luna Plateada


martes, 3 de enero de 2012

Big city

-Venga, elige uno.
-¡¿En serio?! -dije casi gritándole.
-Sí, hazlo antes de que me arrepienta - dijo mientras se reía
-Idiota. Si no fuera porque quiero uno desde hace mucho tiempo, no lo aceptaría. ¿Te queda claro?
-Jajajaja Sí, sí, pero lo vas a aceptar. La señorita que nunca acepta nada - dijo mientras me mostraba una de esas sonrisas tan dulces.
-¡Quiero ese! El canelo.
-¿Ese?-me dijo al tiempo que ponía una cara rara.
-Me dijiste que elegía yo, ¿no? Pues venga, ese.
-Vale, voy - dijo desapareciendo por la puerta.
Ya en la calle. Paseaba junto a mi regalo, un precioso perro canelo.
-Pareces una niña pequeña con su regalo de reyes. Dime, pequeña, ¿qué edad tienes?
-Jajaja Idiota -dije mientras le abrazaba.
-No, venga, dime, ¿qué edad tienes?
-Mmm... -pensé, mientras él seguía esperando- Desde que tengo conciencia siempre he existido.
Me paró en medio de todo aquel gentío, y me miró a los ojos. Yo le aparté la mirada. Se acercó, y antes de que me besara le dije:
-¡Já! ¿Ves? Me echabas de menos.
-Siempre
-Pues yo ahora tengo un perro, que lo sepas. Y tus ojos ya no se comparan con los de él.
-Jajaja Sigues siendo igual de idiota - me dijo, mientras me cogía de la mano.
-Perdona, el idiota aquí eres tú. Por cierto, le falta un collar al perro.
-No, tiene uno -dijo mientras lo señalaba.
-¿Quién ha dicho que me refería a este perro? -dije mientras le enseñaba un collar que le había comprado- Feliz Navidad.
-Me encantas, aunque estés todo el rato llamándome perro jajaja. Me gusta mucho este collar.
-Lo sé. Por cierto, ¡Cómo duele la verdad ehh! Espero que el perro, que por cierto no tiene nombre, no se ofenda cuando te llamo perro a ti -dije burlándome, una vez más, de él.
-Bueno, a ver, vamos a buscarle un nombre -dijo mientras caminábamos de la mano calle abajo por aquel laberinto llamado ciudad.


Luna Plateada