miércoles, 27 de marzo de 2013

El Faro. El Final

Si es la primera vez que ves esta historia, te recomendaría que empezarás por el principio. No estropees la historia leyéndote el final. 
Era extraño como aquella persona se había hecho cada vez más parte de su vida. Ella no quería admitirlo, pero le necesitaba. Aún así, notaba cómo latía la tinta de la carta, escondida en el fondo de uno de los cajones del escritorio. Era Sol, que le llamaba a susurros, para que ella le contestara. Y un día se decidió a contestarle. Le escribió una breve carta, donde aceptaba su invitación de verle, que se pasara en cualquier momento, quitándole importancia.
Cuando Kristian vino al día siguiente y ella le entregó la carta, puso cara de descompuesto. Ni siquiera había mirado a quién iba escrito. De todas formas, ella nunca había escrito ninguna carta a nadie. 
-¿Qué pasa? – preguntó Luna. Se agachó junto a la perra y la acarició lentamente. Pensativo. Esperé pacientemente, hasta que contestó.
-¿Estás segura?
-¿A qué viene esto? ¿Segura de enviar una carta? – Un silencio lo inundó todo. 
-Sabes que es más que una carta. Es una decisión. – se quedó mirando sus ojos profundos ojos verdes, y parecía que estaba viendo a Sol.
-¿Conoces a Sol? – preguntó ella.
Palabras que no dicen nada, silencios que lo llenan todo.
-Siéntate, por favor. Es hora de que hablemos. – le tomó de la mano, y la llevó hasta los sillones que habían enfrente del ventanal. Desde allí se podía ver la fuerza del mar y cómo el horizonte formaba un límite infinito.
Él también miraba hacia el infinito, y el mar parecía reflejarse en sus ojos. Estaba reuniendo fuerzas para hablarLe. La soledad te enseña a tener paciencia, a no forzar las situaciones y a esperar. Sobre todo a esperar. Lo que no sabía era que vivir esperando a que algo ocurriese era otra forma de morir.
Mientras SU mente divagaba, haciendo tiempo, él se levantó y buscó a la perra. Se sentó con ella en los muslos mientras la acariciaba. Ella le dio fuerzas para decirLe que:
“Verás. Bueno, como sabrás, mi familia es del norte, pero desde pequeños hemos veraneado aquí. A mí me gustaba ir a esa cala donde ibas siempre, de la que me has hablado tanto. Y te veía allí por las tardes, cuando terminaba de trabajar, pero nunca me atreví a saludarte. Era muy tímido. Creerás que era un pervertido, pero desde este faro admiraba nada más que tu silueta, y cómo pasabas las horas leyendo o buceando. Me acuerdo que a veces te quedabas en la arena mirando al horizonte y más de una vez miraste al faro pero nunca me llegaste a ver. Mi pena era tan grande y estaba tan vacío que tuve que contárselo a alguien. Y ese alguien fue mi hermano gemelo. Éramos como dos gotas de agua por fuera, pero por dentro no teníamos nada en común. Éramos todo lo contrario. Y él me dijo que hablaría contigo de mi parte. Pero nunca dijo nada de mí. Yo os contemplaba desde el faro, sin poder hacer nada. Viendo cómo cada día te enamoraba más. Tenía tan poca fuerza mental, que nunca le reproché nada a mi hermano, pero dejé de hablarle. Además, no sólo tonteaba contigo, sino con otras chicas más. Pero tú le llamabas la atención más de lo que cualquier otra chica se lo había llamado, por eso seguía yendo a verte cada tarde. Yo, mientras, me encerré en mi caparazón, e hice de mis sentimientos una espiral de sufrimiento que parecía no tener fin.”
Aquello era demasiado para Luna. Las manos le sudaban, pero quería saber qué pasó. Sin embargo, su cerebro parecía latir dentro de su cabeza, como si fuera a estallar, y él lo notó. Le trajo un vaso de agua y continuó:
“Un día, mi hermano llegó de malhumor a casa. Al día siguiente nos iríamos. Me dijo que sólo le besabas y que eras una anticuada. Que contigo era imposible tener nada, y que se iría sin despedirse. No sé por qué, pero me gustó que te hiciera sufrir y que desapareciera sin más de tu vida, pero no pude evitar sentir pena. Al día siguiente, me vestí como mi hermano, y fui a la playa, con la esperanza de verte. Llevabas un hermoso vestido celeste, y me quedé un rato mirándote desde la lejanía. Recé porque no notaras nada raro. Al principio creo que sí lo notaste, pero no querías darte cuenta, simplemente querías besarme. Aquel beso no lo olvidaré jamás. Jamás. Tus labios se deshacían entre los míos, con una suavidad nunca antes conocida. No quería que se acabara nunca. Pero llegó el momento de despedirme, de decirte que volvería a buscarte para ir a vivir a este faro. Y bueno, fue la despedida más difícil de mi vida. La única que de verdad he sentido. Con el paso de los años fui madurando, y me preguntaba qué sería de ti, y un día cogí mis cosas y me vine aquí. Me instalé en una pequeña casita al lado del mar, y encontré trabajo de cartero. Te busqué, pero nadie sabía nada de una tal “Luna”. Eras un fantasma. Hasta que un día llegó una carta para ti. Por la letra y el sello reconocí que era la de mi hermano. Dudé entre dártela o no, pero ya ves, te la di. Y puede que haya sido la peor decisión de mi vida, aunque no me arrepiento. Así me dejaste entrar en tu casa y en tu vida.” Ya había anochecido, y notaba cómo el frío atravesaba las ventanas hasta llegar a su corazón. Que se congelaba y dejaba de latir, como había estado durante la última década. La confianza se había ido como el sol, en silencio, para no volver. Él vio en mis ojos aquel gélido frío, y pudo ver arrepentimiento en los suyos. No sé si por haberle mentido hace unos años o no haberle contado esto antes. Se levantó en silencio y abrió la puerta. Quería estar sola. Él lo entendió, y no volvió al día siguiente. Ni al otro. Nunca volvió.
Se pasaba los días leyendo, viajando entre libro y libro, para que su mente descansara y dejara de torturarla. Tuvo muchas tentaciones de llamarle. A los dos. Para pedir más explicaciones, para culpar a alguien de todos sus sentimientos. Y un día se armó de valor, dispuesta a arreglar todo aquello, y se dirigió a Correos, para ver si Kristian estaba allí.
Según le dijeron, estaba de vacaciones, y no volvería hasta la semana que viene. Entonces recordó dónde vivía, y fue a verle.
Llamó a la puerta varias veces, pero no contestó nadie. Miró por una ventana que estaba cerca, y vio a un chico sentado en una silla, mirando al mar. Era él. Se adentró por el jardín, y lleguó hasta él. Su sorpresa fue tal, que se le cayó la cerveza de la mano. Se acercó, le agarró la cara y le besó. Le besó como no había besado a nadie en todos aquellos años. Y él la abrazó muy fuerte, nunca más la dejaría sola. Y al Sol y a la Luna le hicieron una promesa en silencio, sin llegar a decirla, para que se cumpliera. Como los deseos.

Luna Plateada


miércoles, 20 de marzo de 2013

El sabor del sinsentido

-¿Crees que debería hacer algo?- preguntó ella, mientras miraba al horizonte. 
- Creo que no deberías darle tantas vueltas a las cosas. Simplemente, deja que las cosas fluyan.- contestó él con total sinceridad, aunque en el fondo no le gustaba nada la idea de que ella intentara algo con ese chico.
-¿Qué las cosas fluyan? Jajaja Lo peor es que si yo no hago nada, eso no fluye.-dijo ella. Estaba hecha un lío, le contaba al chico que le gustaba cosas sobre un chico que no le interesaba mucho. Simplemente quería que él demostrara algo sobre lo que sentía ella, pero eso nunca ocurría.
-Ahí tienes tu propia respuesta. Si no fluye por sí sólo, es que no merece la pena. Aunque bueno, eres tú la que decide.-contestó él. En realidad lo que quería decirle es que se olvidara de aquel chico sin importancia, y que le abrazara. Sin más.
-¿Sabes lo que sí merece la pena? – preguntó ella, desviando la conversación. Él la miró con intriga.
-¿El qué? – preguntó.
-Un helado de nutella.- dijo ella.
-Muy buena idea. – una vez más, volvían a enterrar sus sentimientos entre capas y capas de helado gélido. Ese que te congela por dentro, y te vuelve frío por fuera. Ese.
A ti quiero comerte a besos. Sin más.
Luna Plateada

viernes, 15 de marzo de 2013

Domingos que saben a primavera

Libertad es tener a alguien sin poseerlo.

Besos. Besos. Besos. Y más besos. Por toda la cara, y bajando por el cuello.
-Despierta, ¡¿sabes qué día es hoy?! – preguntó él mientras no paraba de besarla.
-Mmm… ¿Domingo? – dijo ella con voz de dormida, mientras reprimía reírse. Aquellos besos le hacían cosquillas.
-¡No! ¡¡¡ES DOMINGO CON MAYÚSCULAS!!! – dijo con énfasis. Ella se escondió debajo de las sábanas. Quería seguir durmiendo un poco más. – Vamos levanta pedazo de dormilona, que ya son las doce.
-Un ratito más, por favor, que los domingos no hay nada mejor que hacer.- dijo ella desde debajo de las mantas, justo antes de que él tirara de ellas y la dejara sin protección ninguna. Sólo llevaba una camisa un poco grande, que no la cubría del todo. A él se le antojó la chica más sexy del mundo, se acercó a ella y le susurró al oído.
-Podemos hacer de los domingos el mejor día de la semana. – dijo con voz sensual mientras le acariciaba los muslos. Ella se giró y le miró a los ojos. Luego acercó sus labios a los de él pero sin llegar a besarlos y le dijo en un suspiro:
-Podemos.
Luna Plateada

domingo, 10 de marzo de 2013

Arquitectos de nuestro propio destino

Se sentó en el borde a observar cómo fluía el río. Al otro lado, un bosque inmenso que llegaba hasta las montañas. Aquel río era la frontera, y no había puente que comunicase su pequeño islote con aquellas montañas. Ella se preguntaba qué habría más allá de esas montañas, o en ese bosque. 
El destino no hace visitas a domicilio, hay que ir a por él
Y así cada atardecer, contemplando cómo el sol se escondía detrás de las montañas. ‘Quizás duerme ahí el Sol’, pensó ella. Y su mente volaba, imaginando todo tipo de cosas detrás de aquella montaña. Quizás había otro pueblo y una gran lago, quizás había una playa, quizás todo estaba detrás de aquella montaña. Nunca se le pasó por la cabeza que no hubiera nada.
‘¿Por qué nadie ha hecho un puente? ¿Por qué nadie cruza?’ Y de pronto lo entendió. Miedo. Es la única barrera, y la más fuerte de todas. Si cruzaba el río, se arriesgaba a morir ahogada, no sabía nadar muy bien. Si se quedaba, se arriesgaba a no saber qué había más allá.
¿Tú qué harías? Elige una opción:
Luna Plateada

Prefiero vivir

“No, moriré ahogada, como muchos que han intentado cruzar el río. Y tampoco sabré qué hay más allá. Será mejor que me quede aquí. Prefiero vivir sin haber cruzado, que arriesgarme a cruzar y morir en el intento. La vida aquí tampoco está tan mal. No soy feliz, pero no creo que lo sea allí tampoco” Se decía, para convencerse de que era la mejor decisión que podía tomar.
¿A qué precio?
Y se quedó un rato más mirando el río, imaginando su muerte entre las fauces de aquellas aguas que la tragarían hasta el fondo. Y se alegró de la decisión que había tomado. 
Se levantó con cuidado, y miró por última vez aquel espectáculo de colores llamado atardecer, y aquella montaña imponente que tanto le llama la atención.
Cada tarde, se entretenía para no volver a aquel sitio al lado del río y contemplar el atardecer. Intentó ser feliz, pero haber dejado escapar aquella oportunidad le retumbaba en la mente cada día. Sabía que podía cruzar cuando ella quisiera, pero el momento ya pasó.
Simplemente dejó escapar su oportunidad, y se limitó a ser feliz con lo que tenía. Sin olvidar nunca que el mayor riesgo que había hecho era el de no arriesgarse.
PD: Prefirió vivir, pero ¿a qué precio?

Luna Plateada

Me arriesgo, aunque muera en el intento

‘Pues yo no tengo miedo’ dijo ella en voz alta, mientras se quitaba los zapatos. Justo cuando estaba a punto de meter un pie en el agua, alguien le habló.
-¿Estás segura de lo que vas a hacer? – le dijo su voz interior. Ella volvió a pensar en mil y unas maneras de morir, pero también en lo que había más allá de aquellas montañas. Y eso pudo más. 
-Sí, estoy segura.- se contestó a sí misma. Metió un pie en el agua y notó como el frío subía por su cuerpo, entumeciéndolo. Pero eso no la paró, siguió sumergiendo partes de su cuerpo, hasta llegar a la cadera. Había bastante corriente y sería difícil pasar, pero no imposible. Miró por última vez atrás, y vio todo lo que dejaba atrás. Se alegró de la decisión que había tomado.
"Pues yo no tengo miedo"
La corriente la empujaba hacia atrás, y el agua le estaba ahogando. Ya estaba por la mitad cuando sus brazos empezaron a flaquear, y le faltaba el aliento. Se dijo a sí misma que ella podía, y utilizó todas sus fuerzas para seguir. Pero se le estaban acabando las fuerzas, ya no podía más, quería abandonar y dejarse llevar por la corriente. El agua empezó a ahogarla más y más con cada paso que daba. Ya no le queda oxígeno, todo se iba a acabar, justo cuando encontró una piedra a la que agarrarse. Su último aliento lo utilizó para subirse a ella.
Agotada, se tumbó en ella, intentando soltar el agua que estaba ahogando sus pulmones. Y cuando se recuperó se dio cuenta de que ya estaba en tierra firme, había cruzado. Lo consiguió.
Ese fue el principio de una gran aventura que le llevaría a descubrirse a sí misma, y a todo lo que hay detrás de “esa montaña” llamada miedo.
Luna Plateada

jueves, 7 de marzo de 2013

Doble o nada

Me senté en aquel banco mientras esperaba. Hacía un buen día, y justo en frente había un parque donde los niños jugaban alegremente. Había una niña  con el pelo rizado castaño claro, y un chico jugaba con ella. La risa de la niña se escuchaba en todas partes, sobretodo cuando él la cogía en brazos y le daba vueltas. Fue justo en ese momento cuando me di cuenta. Eras tú.
Sí, aquel chico con el que coincidía todas las mañanas al ir a la universidad. Siempre me dedicabas una sonrisa, era tu forma de darme los buenos días. Nos sonreíamos, y hablábamos con las miradas. No hacía falta nada más. El silencio lo era todo.
-Hola – dijo la niña. La miré intrigada – Dice mi hermano que te conoce.
Él se acercó, y se sentó a mi lado. Cogió a su hermana, la puso sobre sus piernas y luego le dio un coche de juguete.
-Pensé que nunca hablaríamos – le dije.
-Ya, bueno. ¿Demasiado tímidos u orgullosos?
-Puede que las dos cosas. Pero el que no arriesga no gana, ¿no? 
-Pues veo tu apuesta, y la doblo. Me llamo Alex, ¿te apetece tomar un helado?
-Pues sí que apuestas fuerte – dije con ironía. Los dos nos reímos. – Yo me llamo Luna. 
-¿Puedo ir a jugar? – preguntó la niña.
-Pues claro, ve. Y luego vamos a tomarnos un helado.- La niña se fue dando saltitos hasta el columpio.
-¿Qué edad tiene? – pregunté.
-Va cumplir 5 años dentro de poco.- contestó. El silencio inundó la conversación. Se giró y me miró a los ojos. Desde cerca, sus ojos verdes impresionaban aún más.
-Y bueno, supongo que estarás estudiando algo de ciencias, porque siempre coincidimos yendo al mismo campus. ¿Puedo saber el qué? – preguntó.
- Ingeniería mecánica– contesté. Él se quedó un poco asombrado. 
-Guau. Supongo que hay pocas estudiando eso.- El silencio otra vez. Pero no era incómodo- ¿No te intriga saber qué estoy estudiando? 
-No – contesté con total sinceridad.
-¿Por qué?
-Lo que estés estudiando no me dice nada de ti. Puedes estar estudiando derecho, o matemáticas, y sigue sin decirme nada sobre ti. La verdad es que prefiero no saberlo.
-Me sorprendes. Pero me gusta tu respuesta.- La niña lo llamó, y él se levantó disculpándose.
Empezó a jugar con la niña, y a mí se me encogió el corazón. Había pocas cosas que me enternecieran, y una de ellas era ver a un chico jugar y desvivirse con un niño pequeño. No creo que haya cosas más sexys que esas en un hombre.
Miré el reloj, ya era la hora, me tenía que ir. Saqué un papel y escribí algo en él. Lo dejé encima del banco y me fui sin que me viera.
Al cabo de un rato, el chico volvió al banco, y encontró el papel que había dejado. Sonrió, contestando a la pregunta:

Luna Plateada

sábado, 2 de marzo de 2013

Lo más importante de las cartas son las posdatas

El frío de la calle entumecía mis huesos, volviéndolos de cristal, haciéndome pensar que cualquier golpe podría destruirlos. Los labios se me desgarraban, y las manos iban cogiendo un color violáceo. Había quedado en el café de la esquina con mi gran amigo Javi. Nos conocíamos desde hace muchos años, y teníamos una relación de esas que se ven en las películas. Y hace unas horas me llamó para quedar donde siempre. Noté en su voz que algo iba mal.
Abrí la puerta del café y una oleada de calor me relajó los músculos, y noté cómo la sangre volvía a recorrer mis minúsculas venas. Lo vi a lo lejos, pegado a la ventana, mirando hacia el horizonte. Cuando me vio le cambió la cara. 
-¿Has visto el frío que hace? – preguntó él mientras se levantaba y me daba un abrazo.
-¿De dónde crees que vengo? – dije mientras intentaba soltarme de sus brazos. Siempre hacía como que era un exprimidor y yo una naranja. 
-Jajajaja Para mí que el frío te vuelve más antipática de lo normal chica – me dijo mientras me agarraba la nariz y hacía como que me la robaba. Me quité el abrigo y me senté.
-Devuélvemela – dije mientras me rascaba la nariz. Siempre me picaba la nariz, y más aún si me la tocaban, teniendo que rascármela a toda costa. Y él lo sabía.
Nunca es tarde para que te quedes.

- Ni pensarlo. Primero dime lo que te pasa y luego ya veo si la libero del secuestro – me dijo.
-¿A mí? Fuiste tú el que me llamó con aquel tono melancólico. – dije mientras llamaba a la camarera.
- Es que estaba picando cebolla, y lloraba su muerte – dijo mientras se estiraba completamente en su silla. Sus piernas ocupaban todo el espacio debajo de la mesa.
- Ya te dije que cogieras unas gafas de bucear, que así no te pican. O pícalas debajo del agua – la camarera se acercó, nos tomó nota y volvió por donde había venido.
-Tengo una reputación que mantener. Por cierto, ¿desde cuándo te has vuelto tan ama de casa? – me preguntó.
-Supervivencia – dije. Él creía que no me daba cuenta, pero sabía que me estaba cambiando de tema para que no lo abordara con la gran pregunta:
-¿Qué te pasa? – dijimos los dos a la vez. Empezamos a reírnos. Nos encantaba que estuviéramos siempre pensando igual. Y más cuándo coincidíamos en cosas tan absurdas como aquella.
- Venga, yo primero y luego tú – dijo él.
-Hecho – contesté. 
- Me han dado la beca. Me voy a vivir a Alemania – dijo con una mezcla entre alegría y tristeza.
-¡¿En serio?! – Me levanté y le abracé – ¡¡Eso está genial Javi!! Sabía que te la darían. – esta vez fui yo la que hizo lo del exprimidor. No entendía por qué él seguía triste.
De pronto, un montón de recuerdos pasaron fugaces por mi mente. Todas las locuras, todas aquellas noches filosofando sobre la vida, todas aquellas risas en los momentos más inoportunos, todas los días de sol y de lluvia, todo. Todo eso se acabaría.
-Seguiremos igual que siempre – dije leyéndole la mente. – No cambiará nada. Además, con tantos exámenes que teníamos era como si vivieras en otro país.
-Ya, pero picarte a distancia no es lo mismo. No puedo ver los morritos de enfadada que pones siempre – Dijo mientras se cruzaba los brazos y apretaba los labios, imitándome. – Mmmm… morritos. 
-Idiota, yo no hago eso. – contesté.
-Anda no, enana. – me dijo, y los dos nos levantamos a la vez. Nos abrazamos. Iba a echar de menos esos abrazos. Y convertimos aquel abrazo en una promesa silenciosa. Y no la dijimos en alto, para que se cumpliera. 

PD: Y  se cumplió.
Luna Plateada