jueves, 27 de junio de 2013

El último beso

El que no arriesga, no ama.

-No seas tonta, ven aquí. – dijo él con impaciencia, mientras abría el grifo de la ducha.
-Que no, no quiero. – contestó ella enfurruñada. Se estaba comportando como una niña pequeña.
-Ven aquí, te va a seguir subiendo la fiebre. Ya sé que tienes frío, pero te sentirás mejor – dijo él mientras se levantaba. Ella dio un paso hacia atrás, y se enroscó aún más en la manta.
-Como sigas así, te meto con ropa y todo. – le amenazó él.
-NO QUIERO. Hace muchísimo fr... – pero no le dio tiempo a acabar la frase. Él la agarró en peso y la llevo hasta la ducha. Ella gritaba que lo dejara en paz, e intentaba inútilmente hacerle daño para que la soltara.
-Grita y pega todo lo que quieras, pero tú te duchas. – dijo a la vez que la metía debajo de la ducha; pero para eso tuvo que meterse él también.
-Estate quieta, te vas a hacer daño –dijo él mientras la envolvía entre sus brazos mientras ambos se mojaban. Ella empezó a llorar.
-¿Por qué lloras? – le preguntó él preocupado. Le apartó toda la maraña de pelo mojado que le caía sobre la cara. No distinguía sus lágrimas, pero sabía perfectamente que estaba llorando.
-Es que está muy fría… - mintió mientras rompía a llorar de nuevo. Él la atrajo contra su pecho, y dejó que notara sus latidos, para tranquilizarla. Sabía perfectamente que ella no lloraba porque el agua estuviera fría, pero no era el momento para pedir explicaciones.
La agarró del mentón y le miró a los ojos. Ella tenía los ojos rojos, su cuerpo tiritaba de frío aunque sus labios estaban perdiendo aquel color violeta, y se volvían más rojos. Le acarició los labios mientras el agua corría por sus caras. Y a ciegas, los besó. Se besaron con pasión, como si algo se fuera a acabar o a romper. Con paciencia, con delicadeza, pero con intensidad.
Ninguno de los dos lo sabía, pero aquella vez sería la última vez que él besaría esos labios rojos. La última vez que ella podría besar a alguien.
Miento, ella sí sabía que sería la última vez.
Luna Plateada

martes, 18 de junio de 2013

Monstruos

Tumbado en la cama, con los ojos cerrados estiró la mano en medio de la oscuridad. Buscaba el cuerpo de ella, pero no estaba. Abrió lentamente los ojos, y vio luz por debajo de la puerta de la habitación. Se incorporó con pesadumbre, hasta sentarse en el borde la cama. A oscuras fue hasta la puerta. La abrió y fue hasta la cocina, que era el lugar de donde provenía la luz.
Los monstruos son del tamaño
del miedo que les tengas
Ella estaba sentada con los pies encima de la silla, leyendo un libro y bebiendo poco a poco de su taza de The Beatles. Él se acercó en silencio y le acarició la espalda; lo que provocó que ella se sobresaltara y derramara un poco de leche sobre el libro.
-Lo siento, no pretendía asustarte – dijo él mientras cogía una servilleta y limpiaba las gotas que habían caído en el libro.
-No importa – contestó ella, mientras dejaba de lado el libro y la taza, y lo abrazaba. No le hacía falta nada más.
-¿No puedes dormir? – preguntó él. La respuesta era obvia y ella no le respondió, simplemente le besó.
-Nunca he entendido por qué lees en la cocina en vez de en el salón. Casi no hay luz, y las sillas son incómodas – dijo él mientras le ponía un mechón de pelo detrás de la oreja y le besaba la frente.
-Me parece más acogedora la cocina. Me recuerda a cuando leía en mi casa mientras mis padres preparaban la comida. Es como si tuviera compañía.
Él le agarró la mano y la llevó hasta la habitación. La ayudó a desvestirse y se metieron desnudos en la cama. Ella descansaba sobre su pecho, mientras él le acariciaba la cabeza. Sabía que eso la relajaba. De pronto sus latidos fueron ralentizándose y en poco menos de 10 minutos ella dormía plácidamente.
Él, sin embargo, ya no podía dormir. Era como si los monstruos que no la dejaban dormir a ella, ahora los custodiara él. Pero estaba dispuesto a cuidar esos monstruos por Ella. Siempre.
Luna Plateada