Alguien llamó al telefonillo.
Eran las nueve de la noche. Dos toques, los dos toques que siempre daba el
chico que le gustaba tanto. Sabía que era él, era inconfundible la manera de
llamar. Se levantó del sillón y se dirigió al telefonillo y abrió sin más.
Luego fue a mirarse al espejo y se adecentó un poco intentando hacerse un moño.
Tocaron a la puerta y fue a abrirle, aunque antes miró por la mirilla por si
las moscas. Sí, era él.
Abrió lentamente y mientras se
iba escondiendo detrás de la puerta. Él no dijo nada, e intentó mirarle a los
ojos mientras ella seguía escondiéndose detrás de la puerta. Pero no aguantó
mucho ahí detrás y salió disparada a darle un beso y abrazarle. Luego se fijó
en que llevaba algo en la mano.
-¿Y eso? -preguntó con curiosidad mientras cerraba la puerta.
- Como sé que estás enferma pues te he traído unas cosas para ver si
te mejoras. - Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Mmmm... te he traído
fruta, medicamentos y algo de sopa.
-No sabía que los médicos hicieran visitas a domicilio
-Cuando se trata de pacientes especiales como tú hago lo que sea -
dijo mientras sonreía a la vez que se acercaba a la chica.
-Eh eh, pero, ¡eres un profesional! No te pases de confianzas- dijo
ella mientras se reía
-¿No me vas a dar ni un beso? - dijo él mientras ponía una cara triste
-Claro que no, lo que falt...-antes de que ella pudiera acabar la
frase, la besó.
-Cuando te pones enferma no hay quien te aguante, hablas por los codos
- dijo él entre beso y beso. Ella le respondió mordiéndole el labio inferior.
Un fea manía que tenía desde hacía mucho tiempo.
Poco después, le hizo un zumo de naranja, le dio la medicina, la obligó a
ponerse el pijama y después la acompañó hasta la cama.

Él ya sabía que a ella le encantaban que le leyeran un cuento, estaba
acostumbrada a sus rasgos de niña pequeña y por eso no preguntó. Simplemente se
levantó y fue a coger un cuento.
-Aquí solo hay un cuento.
-Ya lo sé, ese quiero que me leas. Era mi favorito.
-Pero, ¿otra vez?
-¡¡Síiiiiii!! Por fi...
-Vale vale, te leo el que quieras- le ponía feliz verla a ella así.
Empezó a leerle aquel cuento de fantasía sobre dragones.
Él no tuvo que leer mucho, porque a las dos páginas la chica ya se había dormido.
La contempló en silencio, notaba que le costaba respirar y le acarició la
frente. Tenía un poco de fiebre. “Buenas noches pequeña” Le susurró y luego le
dio un beso en la mejilla. Apagó la luz y cerró la puerta.
“Buenas noches pequeño” - dijo ella en bajito.
Luna Plateada