domingo, 20 de noviembre de 2011

A un suspiro

Era una noche de Luna llena. Un rayo de la luz de la Luna cruzó la habitación y llegó hasta su cara. Se despertó por la claridad que impactaba directamente contra sus ojos y al principio no vislumbraba nada, pero luego empezó a reconocer esa habitación. Se giró y en la oscuridad la encontró a ella. A ella y a su espalda desnuda, iluminada ligeramente por la claridad de la Luna.

Todo estaba perfectamente en su sitio. La sábana le llegaba hasta la altura de su cadera, su melena reposaba sobre la almohada, y aquellos hermosos lunares adornaban su espalda.

Estaba contra el colchón y su respiración era apenas perceptible. Quería tocarla, sentirla, pero a la vez no quería despertarla. Con sus dedos recorrió esos hermosos lunares, formando constelaciones imposibles y universos infinitos. Ella se estremeció, como un escalofrío, y se giró. Él le quitó el pelo de la cara y se lo puso detrás de la oreja. Quería ver su rostro mejor.

Dormía plácidamente, y su boca estaba entreabierta. Sintió la necesidad de tocar aquellos labios, de besarlos. Se tumbó a su lado, en frente de ella. Se acercó poco a poco, sus labios casi podían rozar los de ella. Sentía su suave respiración, el aliento de su vida en sus labios. Y poco a poco se dejó dormir, como si intentara congelar ese momento. Se durmió a un suspiro de besarla.
Luna Plateada 

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