domingo, 6 de enero de 2013

El Faro: Parte I

Subía descalza la escalera. Sus pies desnudos encogían al entrar en contacto con el frío y el vacío de aquella escalera en espiral. Le encantaba, aunque se preguntaba si podría subir esas escaleras cuando fuera mayor y sus huesos fueran de cristal. Se había mudado hace exactamente año y medio, cuando empezó el verano, a aquel faro perdido. Desde pequeña le habían fascinado y siempre había querido vivir en uno. Le parecían muy interesantes los mecanismos para encender aquella bombilla gigante que guió en su momento a tanta gente. Se preguntaba si ella como persona había sido un faro para alguien, y quién lo había sido para ella. De pronto, le vinieron recuerdos a la mente…



>>Estaba acostada en la playa que hay más cercana al faro. Hacía un sol radiante, y estaba completamente sola. Le gustaba esa playa porque no había nadie casi nunca, pero tenía que pedalear mucho para llegar hasta ahí. Siempre traía lo mismo: una toalla, y una mochila con el mp3, un libro y unas gafas para bucear. Nada más. Se tumbaba allí a leer y las horas se le escapaban de las manos. Cuando sentía que tenía mucho calor cogía las gafas y se iba a bucear. Siempre desnuda; era la mejor forma de sentir el agua, la naturaleza. Nunca se encontró con nadie en la playa, de todas formas, tampoco le importaba. Pero aquel día fue diferente. Venía de bucear y estaba toda mojada cuando vio a lo lejos, en su toalla, la silueta de una persona. ¿Qué debía hacer? Estaba desnuda, y sin nada para defenderse. Decidió enfrentarse a aquella persona, desnuda y sin ataduras. A medida que se fue acercando, pudo distinguir a un chico moreno, alto, con el pelo negro, y bastante atractivo. Estaba tumbado en su toalla y no tenía ningún ánimo de levantarse. La contemplaba con tranquilidad, y recorrió con la mirada todo su cuerpo. A ella se le antojaron los ojos más bonitos que había visto. Una mezcla entre azules y verdes, que le recordaba al mar y al verde de la montaña. Pero no se dejó impresionar.


-¿Puedes pasarme la toalla?-le dijo directamente, sin miramientos, y con un tono bastante antipático.
-Podrías pedirlo en otro tono- dijo él, que la volvió a contemplar. Le gustaba su cuerpo. Un cuerpo de una joven que era fuerte, con unas piernas estilizadas y una tez morena, saludable. Se notaba que hacía algún deporte.
-Podrías haberte traído tu propia toalla- dijo ella a la vez que apartaba su mirada de él, par intentar disimular lo que le gustaban sus ojos.
Era un momento incómodo. Y él se dio cuenta, por eso se levantó de la toalla, la cogió e hizo el gesto para envolverla. La contempló embelesado mientras ella dudaba sobre si coger la toalla o dejarse arropar. Su cuerpo, lleno de miles de gotitas de agua, brillaba cuando los rayos de sol impactaban en ella. Ella, al final, se decidió, y se dejó arropar. Notó sus manos calientes por el sol, y cómo intentaba abrazarla.
-Gracias- dijo a la vez que evitaba que él la tocara. A él se le antojó irresistible pero dejó que ella se hiciera desear. Ella se vistió lentamente mientras notaba que él la miraba. Le gustaba.
-¿Puedo preguntarte una cosa? –dijo él
-Solo una
 -¿Tiene nombre esta chica tan preciosa?- dijo él, descarado. Eso a ella no le gustó, es más, le molestó. Y volvió a ponerse a la defensiva.
-Sí- dijo ella con frialdad.
- Y, ¿cuál es?- dijo él, curioso.
-Dijiste una pregunta. Ya son dos.- Contestó ella mientras recogía todas sus cosas y se dirigía hacia su bicicleta.
-¿Por qué te vas? ¿Vendrás mañana?- le dijo en un tono más alto para que la escuchara.
-Puede – dijo ella.

[...]
Luna Plateada

¿Te has quedado con la intriga?

2 comentarios:

  1. Me fascina cómo describes la escena. Haces que esté allí mientras voy leyendo.
    Genial.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Increíble, la chica es segura y fuerte, me encanta, seguiré con los capítulos!

    ResponderEliminar