viernes, 25 de noviembre de 2011

Lágrimas invisibles

Hay tardes que jamás de se olvidan...

-Dios, ¡qué aburrimiento! - dije mientras me tiraba en el sofá.
-¿Aburrida? Espera, tengo una idea -dijo mientras se levantaba del sofá y se dirigía hacia su habitación. Al rato volvió con un trozo de tela negra.
-¿Qué eso? - pregunté con curiosidad. Pero no recibí respuesta. Se puso detrás del sofá y me vendó los ojos. - ¿Qué haces? - inquirí mientras sus manos calientes tocaban mi cara, no opuse resistencia a ello.
-Venga, levanta - me dijo agarrándome de las manos. Me llevaba de lado, ayudándome a caminar por el pasillo hasta llegar a la puerta. Una vez fuera, me llevó hasta el coche, abrió la puerta y me ayudó a sentarme y ponerme el cinturón.
-Mmm... ¿a dónde vamos? - dije entre risas.
-Confía en mí, te va a gustar - dijo él y seguidamente arrancó el coche. Notaba cómo aceleraba, cómo tomaba cada curva, cómo frenaba suavemente...
-Dame una pista - dije
- Sigues siendo igual de curiosa. No has cambiado. Te esperas y punto. ¡Impaciente!
-¡Jooo! Venga, por favor... - dije mientras le agarraba del brazo. Él cogió mi mano y me puso en ella algo. Empecé a tocarlo y descubrí que era una concha.
-¿Y esto?- pregunté.
-Es la concha que me regalaste cuando me caí y me mojé todo en la playa jajaja - dijo mientras se reía -siempre la llevo en el coche
-¿Todavía la tienes? Jajaja - Dije extrañada, ya había pasado mucho tiempo desde aquello. Demasiado.
-Claro, me recuerda que cuando te caes tienes que levantarte, por muy mojado y ridículo que estés.
Nos reímos juntos. Cogí su mano y le devolví su concha.
-Entonces quédatela, para que lo recuerdes siempre. Y a mí también, claro. Que fui yo la que te ayudó a levantarte - dije entre risas
Empezó a frenar poco a poco y cuando nos detuvimos me besó en el mejilla. Estaba triste, lo noté. Luego salió del coche y me ayudó a salir. Seguía con la venda en los ojos. Me agarró de la mano y me llevó hasta una barandilla.
-¿Estás preparada? - me preguntó.
-Siempre lo estoy - le dije con chulería. Sonrió, aunque no podía verle.
Sus manos calientes empezaron a desatar el lazo, quitándome la venda con suavidad. Al momento reconocí dónde estábamos.
-¿Te acuerdas? Aquí fue donde me diste el primer abrazo, cuando pasó aquello.
-Pues... no, la verdad es que no me acuerdo - dije intentando estar seria, mas no pude evitar sonreír.
-Tonta - me dijo mientras me abrazaba y a la vez intentaba hacerse el ofendido. Y entre risas vimos como el Sol se escondía en su cueva, para dejar paso a la Luna Llena.
-¿Por qué me has traído aquí? - pregunté
-Porque me molestó que dijeras que te aburrías. Desde que estuvimos aquí por primera vez hasta que me fui, nunca me dijiste eso. Quiero que mientras esté aquí no vuelvas a sentir que te aburres.
Le abracé. Le echaba de menos.
-Conduces de pena - dije intentando disimular la tristeza. Me abrazó más fuerte.
-Te echaré de menos
Y sin querer se me escapó una lágrima. Una lágrima invisible que él nunca llegó a ver y en la que perfectamente se podía leer: “Yo ya te echo de menos”.

Luna Plateada

1 comentario:

  1. muy bello casi lloro cuando lo lei eres muy talentosa felicidades me gustan mucho tus escritos

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