lunes, 5 de diciembre de 2011

Al borde del deseo

Estábamos los dos solos, sin nada ni nadie que nos molestara. Aquel momento nos pertenecía. Me puse delante de él, y le miré a los ojos. Quería que me leyera el pensamiento. Él me respondió con la misma mirada, con esos ojos negros que en las tinieblas de aquella habitación brillaban. Esos ojos, esa boca... todo se volvía irresistible.

No parábamos de mirarnos, no hacía falta nada más. Sus ojos me capturaban, me evadían de este mundo. Los problemas se iban sin dar un portazo al salir.

De pronto, me cogió y me levantó. Me tenía agarrada como a una niña, y me abrazó. Me abrazó muy fuerte, como si no quisiera soltarme. Mi corazón empezó a acelerar, cada vez más. Me llevó así hasta la cama y poco a poco me tumbó en ella. Se acostó a mi lado,  mirándome fijamente a los ojos. Esos que me ponían al borde del deseo, al borde de la debilidad.

Me encantaba todo él, pero no lo sabía, no lo suficiente. Me acosté en su pecho, escuchando su respiración y sus latidos.

- Daría el mundo porque estuvieras siempre aquí - me dijo casi susurrándomelo
- El mundo no es tuyo - contesté
- ¿Qué más da? No hay nada mejor que tú en él.

Levanté la cabeza y le miré a los ojos. Poco a poco me acerqué a su cara y le rocé los labios mientras le decía “Me encantas”.

Luna Plateada

1 comentario:

  1. Me has hecho recordar momentos que llevo tatuados en mi piel y en mi alma.
    Momentos que no voy a olvidar jamás. Gracias.

    un besico.

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