sábado, 17 de diciembre de 2011

Súplicas al tiempo

Desnudo, indefenso, inocente. Dormía tranquilo mientras la noche avanzaba. Yo, en cambio, no podía dormir. La Luna, como cada noche, me despertó e incitó a contemplarla. Me incorporé y miré por la ventana. No la encontraba. El cielo estaba iluminado por la luz de esa imperante Luna, pero ella no estaba.

Todo estaba en silencio, inalterable. No quería que esa noche se acabara, quería congelar aquel momento, aquel recuerdo perfecto. Pero no podía, el tiempo pasaba, me gustara o no. No atendía a mis súplicas.

De pronto, él se despertó. Lo noté, pero no miré. Pensé que se volvería a dormir, pero en vez de eso me acarició la espalda. Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero. No quería que aquello se acabara. Seguí sin girarme. Dejó de acariciarme con sus manos calientes y empezó a besarme la espalda. Notaba como la presión de sus labios en mi espalda me evadía de la realidad y me incorporaba a un sueño eterno, infinito.

Le miré en la oscuridad, distinguía su cara perfectamente. Le besé y me acurruqué a su lado, mientras seguía suplicándole al tiempo que se parara. Era extremadamente feliz, y eso me daba miedo. No quería que se acabara.

Apoyada en su pecho, notaba cada uno de sus latidos. Poco a poco, nuestros latidos se acompasaron y se convirtieron en uno sólo. Y así, me dejé dormir. Feliz.

[...]

-Espera, ahora vuelvo - dije, pocas horas después levantándome de la cama.
-¿Te acompaño? -preguntó él.
-No jaja - dije mientras le quitaba la sábana, lo único que le tapaba.
-¡Ehhh! -gritó mientras intentaba coger la sábana. Pero yo fui más rápida.  Él sonrió,  y yo le saqué la lengua.
-No tardo.

Cuando volví, estaba con la mirada perdida, mirando al techo. No podía evitar sentir lo que sentía, simplemente le abracé, mientras aquella sábana nos protegía del tiempo. Le miré a los ojos y vi en ellos lo mismo que sentía yo. Me dibujó un infinito en el pecho y entonces comprendí que él también le estaba suplicando al tiempo que nos dejara ser felices.

Luna Plateada

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