domingo, 12 de febrero de 2012

Relámpago perpetuo

  Con mucho cuidado se levanta de la cama. Pasa sus piernas por encima de él, sin tocarle, sin despertarle. Sus desnudos pies tocan el gélido suelo y apoyándose en la mesilla de noche consigue salir de la cama sin perturbar el silencio que allí reinaba.

  Desde donde estaba podía oír cómo la lluvia repiqueteaba en la repisa de la ventana. La chica se sentó en un pequeño sillón que tenían para leer en las noches de insomnio. Se acurrucó con la manta y observó a aquel chico que yacía en su cama. 

  Tenía todo el pelo alborotado, sus ojos estaban completamente cerrados y su cuerpo desnudo apenas estaba tapado por una fina manta. Su brazo caía sobre el frío suelo, como si quisiera tocarlo para volver a la realidad en caso de tener alguna pesadilla. 

  La chica se levantó de aquella silla, recogió el brazo congelado del chico y lo puso bajo la manta. Luego le acarició la cara y le besó suavemente la mejilla derecha, la del cariño.

  La luz de un relámpago iluminó aquella habitación. En ese preciso instante, la chica se levantó, pero antes de que pudiera irse, el chico la agarró de la mano. “Quédate conmigo”, le dijo con la mayor delicadeza. Él se hizo a un lado para dejarle espacio y ella dejó caer la manta que tapaba su cuerpo y se acurrucó entre sus brazos. Pasó la sábana por encima de ella y la abrazó todo lo que pudo. El calor de ambos les protegía de aquel frío cortante. “Si pudiera, te abrazaría aún más, hasta traspasarte. Hasta que los dos fuéramos uno”, dijo él, mientras ella notaba su aliento en la nuca.

  No quería irse. Quería quedarse allí siempre, hasta que pasara la tormenta, hasta que por fin saliera el sol que anunciaba la eterna primavera.

Luna Plateada


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