miércoles, 7 de diciembre de 2011

Sin nombre

  Caminaba por la carretera, sin rumbo, sin prisas. Cada vez había menos luz, y aquella carretera parecía no acabar nunca. Era recta, sin curvas pero con muchas bajadas y subidas.
  En un momento determinado, unos cuervos de color negro ceniza atravesaron el cielo, trayendo consigo unas nubes de mal aspecto. Pero ella seguía caminando, ¿qué importaba si llovía o no? Y así fue, llovió. Llovió tanto que el frío caló sus delicados huesos, debilitándola con cada paso, con cada latido. Aún así ella seguía caminando, cada vez con más dificultad, pero avanzando.

  La lluvia cesó y la dejó descansar. Poco a poco las nubes se disiparon y la noche se volvió clara y nítida. Respiraba con dificultad, el frío se había apoderado de ella y sus rodillas flaqueaban con cada paso. Era demasiado cabezota como para parar y descansar. Sabía que si se paraba tardaría más en conseguir su sueño. Aquel sueño que ardía en llamas dentro de ella por ser cumplido.

  Estaba sola en aquella carretera perdida en medio de ninguna parte y le extrañó aquella luz que provenía desde lo lejos. Cada vez se acercaba más y más, cegándola. No la dejaba avanzar; le impedía ver la carretera y pisar con seguridad. Era un coche. Se paró delante de ella, obstaculizando su camino. La puerta se abrió y alguien bajó del coche. Ella no podía verle, seguía cegada por aquella luz.

- ¿Qué hace una chica como tú por aquí? - inquirió una voz bastante grave.

La chica no le contestó e intentó sortear el coche, pero aquel desconocido se lo impidió. Se puso delante de ella y la agarró de los brazos. Ella aún no podía distinguir su cara pues sus ojos aún no se habían acostumbrado a la oscuridad.

-Tranquila, no te voy a hacer nada, pero dime tu nombre. - dijo en un tono mucho más sosegado.
- No tengo nombre - le contestó ella  con total sinceridad.
- ¿Cómo no vas a tener nombre? Todos tenemos un nombre - dijo entre una especie de carcajada que a ella le molestó.
-Todos no. Yo no. Y ahora, ¡suéltame! - gritó ella mientras intentaba zafarse de aquellas manos que la apresaban. En ese momento fue capaz de distinguir su rostro. Tenía una tez morena, de aspecto campestre, sus ojos eran grandes y oscuros, pero no podía vislumbrar el color de ellos. Sus orejas eran pequeñas, y tenía una nariz prominente, que destacaba un fuerte carácter por parte de aquel misterioso desconocido.

  El chico la agarró con fuerza y la subió a sus hombros. Ella no paraba de gritar y de aporrearle la espalda.

-¡Suéltameeeeee! ¡Déjame en paz! - y consiguió darle una patada en la parte más débil que tienen los hombres. Éste se encogió mientras por su boca soltaba un alarido de dolor. Ella empezó a correr, tenía miedo. No quería volver a ser el juguete de nadie. Corría y corría como si se le fuera la vida en ello; el miedo consiguió que aquellos huesos congelados del frío ardieran en llamas.

  Cuando ya había corrido un buen trecho y la adrenalina le estaba bajando, tuvo el valor de mirar hacia atrás. La luz que antes le cegaba, ahora la perseguía. Se asustó, venía a por ella. Aceleró pero seguía yendo por la carretera. Así la alcanzaría en menos de nada. Pero en vez de apartarse de la carretera hizo algo que a nadie se le hubiera ocurrido hacer; se dio la vuelta y se enfrentó a esa luz que la perseguía. Su corazón martilleaba dentro de su pecho, quería huir casi tanto como ella. Pero se mantuvo, desafiando a aquel desconocido que cada vez estaba más cerca. Podía escuchar el motor del coche, y las ruedas rasgando aquella carretera solitaria; estaba acelerando.

  Ella seguía quieta, en medio de la carretera, enfrentándose a aquella luz. Cuando se dio cuenta de que aquel coche ya no podía frenar y que ella ya no podía apartarse, cerró los ojos. El coche ardió en llamas y la atravesó, dejando en ella cicatrices que el tiempo no podría borrar nunca

  Abrió los ojos poco a poco y se dio cuenta de que ya había amanecido. Miró a su alrededor y todo seguía en su sitio, tanto su cuerpo como la carretera. Pensó que aquello había sido una pesadilla. Se giró y continuó su camino, pero se dio cuenta de que había algo que le ardía en los brazos. Las marcas de unas manos rodeaban sus extremidades. Justo en el mismo lugar donde aquel desconocido la había agarrado con tanta fuerza para preguntarle un nombre que ella no poseía.

Luna Plateada

1 comentario:

  1. Las marcas del pasado, esas que llevamos para toda la vida.
    La metáfora del coche arrollador, las llamas y las marcas me recuerdan mucho a El palacio de la Medianoche.
    Un texto genial. Aquí te dejo un suspiro que se me ha escapado al terminar de leerlo.
    :)

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